Georges Méliès: un ilusionista tras la cámara
Texto y fotografías: Leyre Ferrando e Isabel López//
Dibujante, mago, actor, decorador, director de teatro, técnico, productor, realizador… ¿Existe alguien así? ¿Quién puede ser tan completo? La respuesta es clara: Georges Méliès. El edificio del CaixaForum de Zaragoza acoge hasta el 8 de mayo una exposición —casi un homenaje— que recorre su vida, tanto personal como profesional: la historia de Méliès, un genio del cine.
Dos cortinas negras que nacen del techo caen hasta rozar el suelo e indican la entrada formando un estrecho pasillo que conecta con la sala de la exposición. La tenue iluminación, los juegos de luces, el proyector, la capa de mago que se utilizó en algunas películas, monstruos de atrezzo, objetos mágicos… Todo crea un halo de magia en el ambiente que traslada al visitante al mundo de la prestidigitación de George Méliès.
Redescubrir al genio forma parte de su leyenda. El padre del cine de ciencia ficción y los efectos especiales vivió sus últimos días en una estación vendiendo juguetes. Hasta que el editor del Ciné-Journal, León Druhot, lo encontró en su pequeña juguetería y le rindió un homenaje. El culto a su obra perdura hasta hoy y en esta ocasión toma forma de exposición. En ella se pueden contemplar sus obras, junto con aquellas técnicas que las hicieron posibles. Un viaje a principios del siglo XX en el que la maravilla y la fantasía son las grandes protagonistas.
Los orígenes
Incluso la magia tiene un comienzo, y la del mundo creado por George Méliès no iba a ser menos. En su caso, el pilar de su obra consistió en mezclar a los hermanos Lumière y su cine documental con el espectáculo y la fantasía de Robert-Houdin. El resultado de este cóctel fueron más de 500 ensoñaciones y fantasías hechas películas. Sin embargo, su mundo no nació de un día para otro, tuvo muchas influencias entre las que destacan diversos recursos clásicos del mundo del espectáculo y del cabaret como las fantasmagorías, el teatro de la féerie o las sombras chinescas.
Estas últimas, junto con la linterna mágica, eran unas de sus favoritas. Figuras simples, proyector y tela blanca resultaban los únicos elementos necesarios para disfrutar de ellas. A finales del XIX las calles de París estaban repletas de cabarets y muchos de ellos ofrecían este tipo de espectáculo para el deleite de todo aquel que se sintiese atraído por un arte diferente.
En esa escena, y antes de convertirse en uno de los padres del cine, Méliès fue también un prodigio de la magia que actuaba en un pequeño teatro de la capital francesa. Ya desde niño se sentía fascinado por las marionetas pero fue durante su estancia en Londres cuando se inició en la prestidigitación. El joven Méliès no dominaba el inglés y apenas podía entender las obras de teatro; sin embargo, se sintió cautivado por los espectáculos visuales de ilusionismo que se representaban religiosamente en el Egypcian Hall. Se trataba de una sala de variedades propiedad del célebre mago Maskelyne, que se acabó convirtiendo en uno de sus maestros.
Una vez de vuelta en Francia, desplegó su imaginación representando sainetes de magia delirantes y llenos de sorpresas. Para ponerlos en escena, Méliès creó todo tipo de ingeniosos trucajes, aunque estos no fueron más que el germen de lo que serían sus películas y, años después, los efectos especiales que pueden verse en superproducciones cinematográficas realizadas por admiradores de este cineasta como Steven Spielberg o George Lucas.
Cómo ilusionar al público
El siglo XIX estaba llegando a su fin cuando los hermanos Lumière alumbraron el séptimo arte en el Salon Indien del Grand Café del Boulevard des Capucines de París. Fue el 28 de diciembre de 1895, y entre los asistentes al espectáculo se encontraba Méliès. “Nos quedamos todos boquiabiertos, estupefactos”, declaró el ilusionista. Tan impresionado estaba con lo que acababa de ver, que trató de hacerles una oferta a los Lumière para poder incluirlo en su función. Se negaron, pero al poco tiempo pudo hacerse con el aparato de otro inventor y comenzó a realizar pequeños documentales. Sin embargo, la magia se apoderó rápidamente de sus películas y comenzó a filmar escenas parecidas a un espectáculo de ilusionismo. Para ello, utilizó técnicas de imagen como perspectiva, la estroboscopia, la fotografía en movimiento o la estetoscopia. Su éxito fue abrumador.
Su arte continuó creciendo y se desarrolló hasta plasmarse en más de 500 películas que realizó entre 1896 y 1913. Alcanzó su punto álgido en Voyage dans la lune —Viaje a la luna (1902)—, su película más célebre. El film, que fascinó al mundo entero, se inspira en el mundo de las atracciones de feria, la literatura de Julio Verne y H.G. Wells e, incluso, en una opereta de Jacques Offenbach. Durante los 13 minutos que dura la cinta pueden verse trucajes asombrosos para la época, como el impacto de la nave en la luna que forma parte de la cultura y la memoria colectiva.
El fin de una era
El éxito es volátil, y tal como llega puede irse. Méliès vivió esta sensación en su propia piel. A pesar de todo su trabajo y esfuerzo, sus últimas películas fueron grandes fracasos financieros. Eran tiempos difíciles para los soñadores: el realismo poético se impuso con fuerza y las compañías de cine se convirtieron en grandes monopolios a los que no pudo hacer frente. En 1923, una serie de problemas económicos llevaron a Méliès a la ruina y se vio obligado a dejar atrás la gran vocación de su vida. Terminó en el vestíbulo de la estación de Montparnasse, donde trabajaba vendiendo juguetes. El mago del cine había echado el telón.
Por fortuna, 12 años antes de morir, León Druhot lo reconoció en esa pequeña juguetería y se encargó de que recibiera el homenaje que tanto se merecía.
Hoy en día el genio ya no está entre nosotros, pero sí su magia y su legado. El mundo del cine es la herencia de su obra, y aunque las técnicas cinematográficas hayan evolucionado mucho desde que este cineasta utilizase el recurso de la linterna mágica y las sombras chinescas, los cineastas siguen tomando a Méliès como ejemplo y maestro en muchas producciones.