Las otras: el papel secundario de las mujeres en el cine
Belén Remacha Ciutad//
Como ya decía Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo (1949), la mujer en la sociedad es lo otro, la excepción frente al sujeto activo que es el hombre. En el cine, esta concepción sigue muy presente, y las películas realizadas por, para o sobre mujeres continúan siendo un género menor.
23 de febrero de 2015. Primera hora de la mañana y todo Internet lo sabía: la 87ª edición de los Oscars había sido la de Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia –Alejandro González Iñárritu, 2014-). Pero alguien más copó los tuits de aquel día: Patricia Arquette revolucionó el Teatro Kodak de Los Ángeles con un discurso en el que reivindicó la igualdad salarial y de derechos para las mujeres en EEUU, el supuesto país de la libertad.
Patricia Arquette pudo pronunciar esas palabras después de ganar, muy merecidamente, el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria por su papel de madre con dificultades para construir una relación de pareja estable y víctima del “síndrome del nido vacío” en Boyhood –Richard Linklater, 2014-. Una película conocida, principalmente, por haber sido rodada a lo largo 12 años –una semana de rodaje cada uno–, y que sigue la evolución de un niño de seis años, Ellar Coltrane, a través de su adolescencia hasta que se convierte en universitario. Su principal competidora en los premios de la Academia era la mencionada Birdman, la historia de un actor venido a menos que se cree el superhéroe que interpretaba en sus buenos tiempos.
En 1949, Simone de Beauvoir ya lo exponía en su libro El segundo sexo: él es el sujeto, es lo esencial. Ella es lo otro, la excepción. ¿Alguien se imagina que hubiese existido un Girlhood, antes que un Boyhood? Es bastante improbable. Es difícil que alguien se hubiera arriesgado a realizar un experimento cinematográfico de ese calibre contando la historia de una mujer; sencillamente porque hubiese sido exactamente eso: la historia de una mujer, no un proyecto “neutro” dirigido a todos los públicos. Ni qué decir tiene el imaginar que hubiera existido un Birdwoman antes que un Birdman: el guion ni siquiera habría tenido sentido ya que es bastante poco realista plantearse que una actriz veterana hubiese vivido sus años de gloria en la década de los 80 interpretando a una superheroína. Y, de haber sido posible, se hubiese tratado de un personaje hipersexualizado, como es habitual en las figuras femeninas del cómic. En el cine, las historias sobre mujeres siguen siendo lo otro, como lo son en muchos aspectos de la cultura y de la sociedad. Una película protagonizada por una mujer sigue siendo eso: una película protagonizada por una mujer que… Que tiene los problemas que debe tener una mujer, que siente como debe sentir una mujer, que busca lo que debe buscar una mujer. Lo otro, al margen del sujeto esencial. Y, en la mayoría de las ocasiones, con personajes ligados al matrimonio y a la maternidad: por ejemplo, Nicole Kidman en Los Otros -Alejandro Amenábar, 2001-, un personaje poderoso pero que se mueve en torno a sus hijos.
Cómo analizar una tendencia
Esta diferenciación entre géneros por la cual la mujer, si desempeña un papel importante en un largometraje es, mayoritariamente, para ser novia de, madre de, amiga de, o hija de, sigue vigente en 2015. Sigue vigente, a pesar de que Alison Bechdel ideó en 1985 un sistema, hoy clave en el feminismo, para detectar la marginación de la mujer en el séptimo arte. En su cómic Unas lesbianas de cuidado, concretamente en la tira The Rule, uno de los personajes asegura que solo se permite a sí misma ver películas que cumplan tres requisitos: que en la película salgan al menos dos personajes femeninos con nombre propio; que dichos personajes hablen entre sí en alguna ocasión, y que esa conversación gire en torno a algún tema que no sea un hombre.
Puede parecer sencillo, pero gran cantidad de largometrajes no supera el conocido como Test de Bechdel. Y no quiere decir que sean películas ni más ni menos feministas las que lo cumplen o no lo cumplen. Simplemente, el test da cuenta de la presencia de personajes femeninos en el cine y de su supeditación hacia los masculinos. Por ejemplo, la película La noche más oscura (Kathlyn Bigelow, 2012) no lo aprueba, a pesar de que Jessica Chastain interpreta a la protagonista absoluta, una espía de la CIA –extremadamente joven y bella, bastante más que la persona real en la que se basa el personaje– que lidera una importante y peligrosa misión. Y no lo aprueba porque, cuando Maya (Chastain) habla con otra mujer, lo hace sobre… Bin Laden. Tampoco lo cumple Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), aunque Sandra Bullock logre regresar sola al Planeta Tierra en una misión suicida. No llega a superar el primer punto. Sin embargo, sí pasa el test El diablo viste de Prada (David Frankel, 2006), o la serie Sexo en Nueva York (HBO, 1998-2004), que se empeñan mucho más en afianzar los estereotipos y tópicos de género y del amor romántico que los anteriores títulos. Es decir, es un test con el cual nos podemos guiar para realizar un primer análisis, pero en el que no debemos confiar de manera ciega.
Dos requisitos: ser guapa y ser joven
Además de lo otro, la mujer sigue siendo lo bello. No es casualidad que la queja unánime entre las actrices que superan los 40 sea la escasez de papeles atractivos. Y que los pocos que haya se limiten generalmente a madre de o esposa de. Siguiendo con los Oscar de los últimos años, puede venirnos a la cabeza Amor -Michael Haneke, 2012-. Una película con una Emmanuelle Riva espléndida, pero que, por exigencias del guion, vuelve a ser el sujeto pasivo. No está de más recordar que Riva fue víctima, según varios expertos, de una de las mayores injusticias de los Oscars de los últimos años: la Academia prefirió premiar a la nueva y bella novia de América, Jennifer Lawrence, en lugar de a la octogenaria actriz, que viajó desde Francia para la ceremonia y que, indudablemente, lo merecía más.
La belleza es la primera virtud que se exige a una intérprete femenina. Si no encajas dentro de los cánones, puedes ser actriz, pero estarás limitada a papeles de loca -la genial Macarena Gómez en Musarañas-; de fea -Rossy de Palma-, o de transexual -Mónica Cervera en 20 centímetros-. Al otro lado del charco, con una industria mucho más comercial, salen aún menos mujeres ajenas a los cánones de belleza estipulados: Sarah Jessica Parker, que, sin embargo, se pasó seis años paseando por Manhattan subida a unos Manolo Blahnick y sujeta a todos los demás estereotipos que se le presuponen a su género; Helena Bonham Carter, a quien se puede meter en el saco de los papeles de loca, o Tilda Switon, la rara. Es decir, lo otro dentro de lo otro.
Hay quien podría decir que todas estas diferencias de trato, reflejadas también en las enormes desigualdades salariales que se dan entre géneros en el sector, no son del todo responsabilidad de la industria, sino también de las actrices que entran en el juego; de la chica que, por ejemplo, a los 20 está dispuesta a venderlo todo para alcanzar el éxito, sin sospechar que un día también tendrá 80 años. Llegados a este punto es preciso plantearse quién es víctima y quién es culpable. Quién está luchando por sus aspiraciones con las oportunidades y herramientas que se le facilitan en el contexto que le ha tocado, y quién maneja los hilos del sistema patriarcal. Salir del bucle es difícil, y hacerlo sin renunciar a esos sueños, en Hollywood es, directamente, imposible. ¿Por qué tendría que renunciar al Oscar Jennifer Lawrence? ¿No sería más justo que fuesen ciertos magnates los que renunciasen a todos los beneficios que les otorga la sobreexplotación de la belleza y juventud de Lawrence?
Otras maneras de hacer cine
Es momento de recordar a Amélie -Jean Pierre Jeunet, 2001-. Ella no era una chica como las demás. Era curiosa, delicada y especial. Puso de moda un peinado y una forma de vestir que causarían estragos durante toda la década del 2000. No era una chica como las demás, claro que no. Incluso en una película que muchos consideran el culmen del feminismo, la mujer es representada de una manera irreal e idealizada, la francesita frágil y femenina cuyo fin acaba siendo el amor romántico. Entre dos raros, sí, pero amor romántico al fin y al cabo. Pasaron 12 años y al cine francés llego Adèle –La vida de Adèle, Abdelatille Kechiche, 2013-, y en ella el espectador sí que encuentra un personaje femenino que, con sus babas, sus manchas de salsa boloñesa en la boca, sus lágrimas y sus equivocaciones, se puede creer un poco más. Eso sí, todavía sigue siendo increíblemente bella. Y sigue necesitando amor. Pero no cualquier amor, ni siquiera el de un hombre. Y lo que es más increíble: la película no se centra solo en que el amor que necesita no es el de un hombre, sino que lo toma como algo natural, como una excusa para contarnos otras muchas cosas de su vida y de su persona. Adèle es un rayito de esperanza.
No es el único. Hay directores y sobre todo directoras que, en multitud de ocasiones, basan sus guiones en historias de mujeres. Entre las más prestigiosas en España se encuentran Icíar Bollaín, que revolucionó el cine español en 2003 con su visión de la violencia de género plasmada en Te doy mis ojos e Isabel Coixet. En Hollywood destaca Sofia Coppola de quien sobre todo sobresale Las vírgenes suicidas (1999), un largometraje crudo y atípico cuyos personajes femeninos se escapan de los estereotipos, o al menos muestran otra cara de ellos. Conclusión: aún hay que recurrir a las mujeres que consiguen cierto estatus en el séptimo arte para encontrar excepciones.
Entre los grandes directores que hablan de mujeres se encuentra Woody Allen. Un director que sí, se podría pensar que pone a los personajes femeninos en el lugar que se merecen, pero que sigue consagrando ciertos roles. Con él, podemos volver a los Oscars del año pasado de la mano de la fantástica Blue Jasmine (2013), encarnada por Cate Blanchett. Una mujer rica e insoportable cuya vida sí que sigue quedando supeditada a los hombres. Entre los clásicos de Allen aparece Annie Hall (1977), en la que, a pesar del título y de la gran Diane Keaton, la mujer sigue siendo el sujeto pasivo e idealizado. Esto último también ocurre en las películas de sus etapas Mia Farrow y Scarlett Johanson.
También viene a la cabeza Almodóvar, un director que habla sobre mujeres y que, en principio, no solo hace cine para mujeres. Reconocido incluso por la Academia de Hollywood, la sociedad española se encuentra dividida entre quienes le aman y quienes le detestan. Un fenómeno que no se puede achacar únicamente al antichovinismo imperante en España, sino también a un argumento tantas veces oído: solo habla de putas y de maricones. En este sentido, no existe crítica posible al manchego: el espectador tiene el 99% de cine restante para disfrutar con la heteronormatividad.
La mitad minoritaria
Todo lo anterior se resume, simplemente, echando un vistazo a la lista de películas mejor valoradas en IMDB (Internet Movie Data Base). Entre las 100 primeras películas más valoradas, solo se encuentran dos cuya protagonista absoluta es una mujer: Amélie y Eva al desnudo -Joseph L. Mankiewicz, 1950-. Las otras. La lista da pie a hablar también del prestigio de las directoras, que no dirigen ninguno de esos 100 largometrajes. Ni uno solo. Y no se puede incriminar esto tan solo a los usuarios: la propia industria nunca ha otorgado el hueco que se merecen –por mera proporción, un 50%– a las mujeres. Otro dato para completar esta vergonzosa enumeración: solo una mujer ha ganado el Oscar a mejor directora: Kathryn Bigelow –En tierra hostil, 2008-.
Las cifras anteriores evidencian que el producto cinematográfico hecho por, para o sobre mujeres sigue siendo algo menor y, en algunos casos, ridículo. En esa marginación subyace el mismo mecanismo por el cual 50 sombras de Grey -Sam Taylor Johnson, 2015-, con toda su dudosa calidad y contenidos machistas, es vista por muchos como un “producto patético para amas de casa malfolladas”. En gran medida porque está dirigido a la mujer, y la sexualidad que no está dirigida al consumo masculino también es lo otro.
¿Hollywood solo es una empresa que busca la rentabilidad de su producto y tiene en cuenta para ello los gustos del mercado? Técnicamente sí. Entonces, ¿significa eso que al público no le interesa lo femenino? No, o al menos no por defecto. Las construcciones sociales no son fáciles de derribar, y el cine es solo una rama –más importante de lo que a priori parece– de un gran sistema del que salen muchas otras. Todas se retroalimentan y no existe un responsable directo. Que no interesen las historias de mujeres, por lo tanto, quizá signifique que, como ociedad interconectada, tenemos un problema.
La mujer en el cine es lo otro, lo bello, lo dependiente, lo menor, lo raro. Patricia Arquette reivindicó la noche del 22 de febrero, con mucha razón, la igualdad de salario y de derechos. Sí, todavía estamos en una sociedad en la que hace falta reivindicar algo tan básico, y no es de extrañar que esas injusticias salgan a la luz en un sector como el cinematográfico. Reflejo de la realidad se le suele denominar poéticamente al cine… Reflejos, aunque muchos de ellos sean injustos.
Autora:
Estudié para ser periodista, estoy en proceso de conseguirlo. Tengo unas gafas grandes y violetas con las que veo a 24 fotogramas por segundo. Creo que todo en el mundo se puede contar a través de las personas, por eso admiro a quien sabe retratar con letras. La vida se mide en historias. Si son de Saramago o de Martín Gaite, mejor.
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No es por ponerme puntillosa, pero, aunque me ha encantado el artículo, discrepo sobre que Adèle sea un rayo de esperanza. Quien haya leido el cómic, escrito por una mujer, puede ver las diferencias con respecto a la película. En el film el protagonista bajo mi punto de vista, es el director; la cámara que entra muchas veces insensiblemente a escena, que se come a las protagonistas. Es un hombre el que mira y decide cambiar el guión del que partía para que Adèle acabe con otro hombre. No sé si alguien más lo sintió así, pero a m
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